Valor de la confesión frecuente a la luz del Corazón misericordioso de Jesús

El Corazón misericordioso de Jesús, el pecado y la confesión

Extractos seleccionados por el
P. Antonio González Callizo, S.J.



El Corazón misericordioso de Jesús, el pecado y la confesión. Tres elementos íntimamente unidos, en los que la comprensión de uno lleva a la de los otros.

Efectivamente, no se puede entender el sentido del pecado, si no se ha entendido el amor infinito con que Dios ama al hombre, amor que ofendemos y rechazamos cuando pecamos. Y no se puede apreciar el valor de la confesión sacramental, sobre todo de la confesión frecuente, si no estamos convencidos del amor eterno, incondicional, paciente y misericordioso de Jesucristo y del abismo de malicia e ingratitud de todo pecado grave hecho con plena conciencia y total deliberación.

“… Dios Padre, que, siendo Principio sin principio, del que es engendrado el Hijo y procede el Espíritu Santo por el Hijo, creándonos libremente por un acto de su excesiva y misericordiosa benignidad y llamándonos, además, graciosamente a participar con Él en la vida y en la gloria, difundió con liberalidad, y no deja de difundir, la bondad divina, de suerte que el que es el creador de todas las cosas ha venido a hacerse ‘todo en todas las cosas’ (1 Cor 15, 28), procurando a la vez su gloria y nuestra felicidad.” (Ad gentes 2)

Con gran amor de predilección Dios nos ha elegido a cada uno de nosotros y nos ama personalmente.

El hombre usó mal del gran don de la libertad: desobedeció a Dios. Dios siguió amando al hombre y a la mujer y vino en su ayuda. Dios se mostró aún más misericordioso al perdonarnos, redimirnos y salvarnos. “Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.” (Gal 4,4s)

El hijo de Dios asumió nuestra naturaleza humana, sufrió la pasión, murió y quiso que su costado fuera traspasado para mostrarnos su amor redentor. Nos ha liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte.

Un rechazo radical e irrevocable hasta el final del amor y de la piedad de Dios, que nos ofrece amorosa y gratuitamente la salvación en Cristo y por Cristo, lleva a la eterna condenación. “El sueldo del pecado es la muerte” (Rom 6,23), la muerte espiritual, que se convierte en muerte eterna.

La reconciliación es un encuentro sacramental con Cristo, que nos da el dolor de nuestros pecados, nos ayuda a confesarlos con sinceridad al sacerdote, para tener la alegría de perdonarnos y demostrarnos su amor incondicional cuando el sacerdote ‘en persona de Cristo’ nos dice: Yo te absuelvo.”

El sacramento de la reconciliación restablece nuestra plena amistad con Cristo y con los fieles que forman su Iglesia, nos hace odiar todo aquello que puede ofender al amor de Dios y nos capacita para buscar con perseverancia lo que Dios desea de cada uno de nosotros, y, con el Amor que Él nos infunde, para ponerlo por obra en prueba de verdadero amor, con alegría, serenidad y paz.
La confesión sacramental no obligatoria, cuando no se tiene conciencia de pecado grave actual, la confesión de devoción, produce los mismos frutos y lleva por el camino de la perfecta santidad cristiana. El encuentro con el sacerdote en la celebración de este sacramento puede ser también ocasión de un diálogo pastoral que facilite el progreso espiritual en la vía del amor y servicio de nuestro Dios.

El sacramento de la reconciliación equivale a concelebrar con Cristo en la Cruz el “no” al pecado y el “sí” a la voluntad del Padre.

“La Iglesia parece profesar de manera particular la misericordia de Dios y venerarla, dirigiéndose al Corazón de Cristo… revelación del amor misericordioso del Padre, que ha constituido el núcleo central de la misión del Hijo del Hombre…”


(Juan Pablo II, Dives in misericordia, 13)





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Agradecemos al P. Antonio González Callizo, S.J. su colaboración.


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