Cristología II - 30° Parte: La Resurrección - 2° Parte


P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA


11. LA  RESURRECCIÓN 

Continuación

11.8. JESÚS EN LAS APARICIONES

Jesús toma la iniciativa de los encuentros, escogiendo él mismo el marco de las apariciones. Se aparece donde y cuando quiere. Jesús se muestra de un modo que cuadra con las relaciones ordinarias de los hombres entre sí. Algunos expertos en la Sagrada Escritura han visto en las apariciones de Jesús aspectos teológicos muy importantes, dentro de una pedagogía muy elaborada por el resucitado. Se dice que Jesús resucitado con sus apariciones cumplió varias funciones importantes en favor de sus Apóstoles y discípulos.

  • Dándose a conocer (con la aparición física en sí misma) los confirma en la fe.
  • Consuela a los que se habían escandalizado con el "escándalo de la Cruz".
  • Instruye a los habían olvidado sus enseñanzas, discípulos de Emaús.
  • Une alrededor de sí (Cenáculo) a los estaban dispersos por los acontecimientos del Viernes Santo.

Es cierto que un cierto misterio envuelve su persona. Aparece y desaparece a voluntad propia; se hace difícil reconocerle. Estas características revelan un estado superior de su condición corporal. Pero no impiden una presencia sensible análoga a la de los demás hombres.

En el desarrollo de las apariciones, dos orientaciones son reveladoras de las intenciones particulares de Jesús. Tenemos en primer lugar cómo las mujeres preceden a los hombres al descubrir el sepulcro vacío, en recibir el mensaje de la Resurrección y en encontrar a Cristo resucitado. Tal prioridad no estaba en consonancia con la mentalidad religiosa judaica, ni con la usanzas sociales que rehusaban atribuir validez al testimonio de una mujer. Jesús se enfrenta con los prejuicios de su ambiente haciendo expresamente de María Magdalena y de las otras mujeres los primeros testigos de la Resurrección. Sabemos que Pedro reivindicará especialmente para los Doce ese titulo de: "testigos de la Resurrección", Hech.1.22. La atribución oficial del titulo a los apóstoles pone de relieve, por contraste, la innovación de Jesús que había conferido primeramente esa cualidad a la mujeres y de una forma definitiva. Por medio de esa innovación, Cristo manifestaba su intención de otorgar a la mujer, en la Iglesia un papel que no sería inferior a la del varón.

Otra elección es el lugar de las apariciones: Jerusalén fue el lugar de las primeras apariciones después Galilea. Queriendo dar a entender que a Jerusalén por ser la principal, Galilea es la apertura a todo el mundo, ensanchando el horizonte de las apariciones.


11.9. LA FORMULACIÓN DE LA FE

Si el descubrimiento del sepulcro vacío, el mensaje de los ángeles, y después las apariciones de Cristo resucitado han suscitado la fe en la Resurrección,  ¿cómo se ha expresado esa fe? A partir de los orígenes, el hecho de la Resurrección ha sido enunciado mediante dos fórmulas que han adquirido un valor permanente de expresión de la fe: "Cristo ha resucitado", esto es literalmente en el verbo griego: "se ha elevado", o "se ha despertado". Y la otra fórmula: "Dios (el Padre) ha resucitado (al Hijo), lo "ha ensalzado" o "lo ha despertado de entre los muertos".

Si nos preguntamos cuál es 1a fórmula primitiva, el  criterio será el de la sencillez y el de la ausencia de interpretación doctrinal. La primera fórmula parece más antigua que la segunda, que comporta una afirmación sobre la acción de Dios (Padre) y, por lo tanto, una afirmación teológica: "Cristo ha resucitado", l Cor 15, 4; o: "el Señor ha resucitado", no pueden ser consideradas como enteramente primitivas, pues contienen ya una explicitación en el titulo aplicado a Jesús: "Cristo" o "Señor". En realidad, la fórmula más simple es la que encontramos en el mensaje del ángel: "El (Jesús) ha resucitado",  Mc 16, 6; Lc 2, 6.

Observemos que esa primera formulación va más allá de lo que es inmediatamente constatable. El sepulcro vacío, y las subsiguientes apariciones demuestran que Jesús ha debido resucitar, pero la Resurrección en sí misma no ha sido objeto de ninguna constatación. ¿De dónde viene la afirmación que no se limita a las apariencias sensoriales y enuncia el hecho esencial que ellas implican? Parece que viene del mismo Jesús, que había anunciado a sus discípulos, antes del acontecimiento, que resucitaría al tercer día. Es a ese anuncio al que se refiere el mensaje angélico, Mt 28, 6; Mc 16, 7; Lc 24, 6-7. El hecho que los discípulos no habían comprendido anteriormente la profecía de la Resurrección Mc 9, 10, no significa un obstáculo para el empleo del término "resucitar", una vez que la profecía se ha realizado: a la luz de su experiencia actual, en los encuentros con Jesús viviente, los discípulos han podido ya clarificar lo que en principio había quedado obscuro para ellos.

Por lo demás, se observan dos orientaciones en el desarrollo de las fórmulas. Una subraya la soberanía de Jesús que "ha resucitado", como Señor. La otra fórmula indica la acción del Padre: "Dios le ha resucitado de entre los muertos", Rom 10, 9; l Tes l, 10. En esta segunda orientación se observa el esfuerzo por colocar más aún la resurrección en el conjunto del plan divino de la salvación, insistiendo en la iniciativa preponderante del Padre. El Padre es el autor de todo el designio de salvación; es El que ha enviado a su Hijo a este mundo y le ha señalado la vía del sacrificio. Pero su intervención en la resurrección de Jesús es particularmente significativa, pues responde a la entrega que el crucificado ha hecho de sí mismo en el momento de su muerte. Implica, ya lo hemos observado, una aceptación del sacrificio, y contribuye a mostrar cómo la misma muerte formaba parte de la obra de la salvación.

El acontecimiento de la Resurrección: ¿Es la Resurrección un acontecimiento, y, más exactamente, es un acontecimiento histórico? La fe se ha expresado no sólo constatando que Jesús seguía viviendo, sino afirmando que resucitó al tercer día. Según esto, "la comunidad ha afirmado desde el origen un acontecimiento" y no solamente un estado celeste de Cristo. Es cierto, que ese acontecimiento, en virtud de ciertos aspectos esenciales, sobrepasa la historia, por lo que se le puede calificar de un acontecimiento "metahistórico" o "transhistórico" como prefieren otros.

La Resurrección escapa a la historia en primer lugar porque, como acontecimiento, no ha podido ser objeto de ninguna constatación de testigos presenciales del hecho mismo (nadie vio con sus propios ojos cómo Jesús resucitaba). Los testimonios evangélicos se limitan a informar sobre el descubrimiento de la tumba vacía, y sobre las posteriores apariciones, pero no llegan directamente hasta el hecho en sí mismo.

Existe otro motivo, más profundo, por el que la resurrección transciende la historia. Si no ha habido observación por parte de testigos, es en realidad porque el acontecimiento, en su realidad fundamental, superaba cualquier constatación posible. La Resurrección de Cristo implica un paso del estado de muerte a una vida superior, pero el hecho de que el cuerpo está animado, por el espíritu, de una vida divina. Por este hecho, la Resurrección de Jesús difiere de la de Lázaro: no se reduce a la reanimación del cadáver, como fue el caso de Lázaro. A diferencia de éste, que después de haber salido de la tumba reanudó su vida terrena, Jesús, después de su Resurrección, no prosigue su existencia humana en compañía de sus discípulos. Su vida de resucitado no pertenece ya al desarrollo ordinario de la historia humana.

No obstante, si la Resurrección transciende la historia, no se pueden desconocer otros aspectos por los cuales posee un valor histórico. La Resurrección, aun no habiendo sido vista por testigos, está sin embargo, atestiguada indirectamente por algunos testigos históricos. Los relatos de las apariciones de Jesús resucitado de la Resurrección. Ha habido una auténtica transmisión histórica de esos testimonios en los que los exegetas se esfuerzan por determinar la parte de redacción y los elementos originales.

La Resurrección es también un acontecimiento histórico en el sentido de que acaeció en un momento determinado de la historia de la humanidad, y a partir de un lugar también determinado del espacio terrestre. La fecha del "tercer día", ha sido mencionada en la fórmula de fe, precisamente para subrayar que se trata de un hecho ocurrido en el decurso de la historia. El descubrimiento del sepulcro vacío indica las coordenadas de tiempo y de lugar que constituyen la base del acontecimiento.

Finalmente, la Resurrección confirma su nexo con la historia mediante las apariciones de Jesús: aunque superior al desarrollo de la historia terrena, Cristo resucitado puede entrar en ella en ciertos momentos. Tales retornos al campo de la historia,  por breves que sean, son el signo de que el resucitado no quiere permanecer ajeno a la historia de la humanidad. Demuestra que en El permanece la continuidad con el pasado, y sobre todo, enviando a sus discípulos en misión por el mundo, manifiesta su intención de ser la fuente de la historia futura de la Iglesia. Es decir, inaugura una nueva historia del mundo.

De este modo, al mismo tiempo que los aspectos por los que se muestra "metahistórica" o "transhistórica", la Resurrección posee ciertos aspectos esenciales de acontecimiento efectuado dentro de la historia. Pertenece a la historia de la salvación, acción dirigida por Dios en la historia humana, y acción que ha alcanzado su máximo despliegue en la Encarnación del Hijo de Dios. La Encarnación es un acontecimiento metahistórico o transhistórico, ya que es paso de la eternidad (Verbo), al tiempo (naturaleza humana), sin embargo es histórica, puesto que es la entrada de una persona divina en la historia humana. La Resurrección consuma esa penetración de la eternidad en el tiempo, transformando la existencia terrena; instala la carne humana en su estado definitivo, escatológico en el que esa carne se llena de vida divina, y establece un nuevo principio de desarrollo histórico, que coincide con el desarrollo escatológico. Desde este punto de vista, se puede decir que la Resurrección es el comienzo de la Parusía.


11.10. EL VALOR SOTERIOLÓGICO DE LA RESURRECCIÓN

La consideración del valor soteriológico de la resurrección está fuera de duda. La resurrección es el culmen de la obra de la redención. Es el premio del Padre a su Hijo Jesucristo por haber llevado a término la obra de la Redención.


11.11. LA RESURRECCIÓN, ACONTECIMIENTO DE SALVACIÓN

Con demasiada frecuencia, la Resurrección de Cristo ha sido considerada bajo una perspectiva muy estrecha, la de una apologética que en ella buscaba casi exclusivamente una demostración de la divinidad de Jesús. Apenas se le concedía lugar en la teología de la Redención concentrada en el acontecimiento del Calvario; el valor de salvación era totalmente atribuido a la muerte de Cristo, a la que siguió la Resurrección, pero tan solo como un feliz epílogo del drama de la muerte. Una fuerte reacción se ha producido en la teología católica en orden a reconocer el valor soteriológico de la Resurrección .

No se puede, ciertamente, desatender el valor demostrativo de la Resurrección, que aparece como la cúspide de la revelación que Jesús hace de sí mismo. La Resurrección garantiza la autenticidad de la enseñanza de Cristo, demostrando que: "sus palabras no pasarán", Mt 24, 35; en efecto, "ha resucitado, como lo había dicho", Mt 28, 6. Más especialmente manifiesta la veracidad de la afirmación: "Yo soy", por la que Jesús reivindica una identidad divina: "Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo soy", Jn 8, 28.

S. Pablo ha subrayado la importancia capital de la Resurrección en la revelación de Cristo: "si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe", l Cor 15, 14. Suprimir la Resurrección, es quitar a la fe su objeto central, el acontecimiento que le sirve de fundamento. Sin embargo, S. Pablo añade más adelante una precisión de más amplio alcance: "si no resucitó Cristo, nuestra fe es vana, estáis todavía en vuestros pecados", l Cor 15, 17. Considera entonces en la Resurrección su valor soteriológico, la eficacia del acontecimiento en orden a la remisión de los pecados. La salvación deriva de Cristo resucitado. La Resurrección es el objeto esencial de la fe, no sólo como manifestación de la divinidad de Jesús, sino como acontecimiento que nos vale de salvación, el perdón de las culpas.

Esta afirmación concuerda con diversas indicaciones de los relatos de las apariciones: Jesús resucitado envía a sus discípulos en misión, Mt 28, 18-20, y les comunica el poder de perdonar los pecados. Jn 20, 22-23 ¿En qué consiste el valor soteriológico de la Resurrección? Debemos analizar sobre todo la conexión entre la muerte y la Resurrección en el drama de la salvación, y después determinar la eficacia propia de la misma Resurrección.


11.12. CONEXIÓN ENTRE LA MUERTE Y RESURRECCIÓN EN EL DRAMA DE LA SALVACIÓN

11.12.1. En los anuncios del Antiguo Testamento 

Desde el A T se observa la conexión existente entre la desgracia y la liberación, entre el dolor y el gozo triunfante. Sabemos que el binomio "desgracia - liberación", se había grabado profundamente en el historia del pueblo judío, y cómo la espera escatológica se orientaba hacia la salvación obtenida a precio de una calamidad (libro del Exodo y liberación de los egipcios). Notemos que en ese binomio de acontecimientos, se carga el acento sobre la liberación, sobre el triunfo o la salvación del pueblo. Desgracia y sufrimiento son tan sólo un paso hacia la liberación y el gozo. Contemplando su historia, los judíos consideraban sus desgracias como el efecto de la ira divina que se desplegaba con miras de misericordia, y daban gracias a Dios por la preponderancia de sus beneficios y favores; volviéndose hacia el futuro mesiánico, su esperanza se centraba se centraba en la salvación prometida.

11.12.2. En los Evangelios Sinópticos

La conexión entre la muerte de Jesús y su Resurrección aparece primeramente en las predicciones que Cristo hace de las mismas a sus discípulos, después en sus comentarios después de los acontecimientos.

La primera predicción de la muerte y Resurrección marca un viraje en la enseñanza de Jesús. Hasta entonces Jesús se había revelado como el Mesías. Después de haber conseguido la adhesión de sus apóstoles, la profesión de fe de Pedro en su mesianidad, Jesús desvela en qué consistirán su destino y su función mesiánica: tendrá que sufrir, lo maltratarán, lo condenarán a muerte y resucitará al tercer día. Mt 16, 21; Mc 8, 31; Lc 9, 44. Anuncia con intención la Resurrección después de su muerte, ya que de modo ordinario unirá las dos predicciones. El valor salvífico de la Resurrección no queda indicado en esa predicciones, como tampoco el valor salvífico de la muerte. Pero implícitamente se sugiere ese valor, ya que muerte y Resurrección forman parte de la misión del "Hijo del hombre", de los acontecimientos queridos por Dios "es necesario", para la fundación del Reino mesiánico.

El nexo entre la muerte y Resurrección está indicado únicamente en el aspecto cronológico: "al tercer día". El comentario que Jesús hace a los dos discípulos de Emaús: "¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrar así en su gloria?, Lc 24, 26, sugiere que la prueba de la muerte trae consigo la recompensa de la glorificación eterna. Por eso les echa en cara a los discípulos el haber perdido la esperanza y no haber visto en la prueba el signo de la entrada del Mesías sufriente en la gloria eterna.

Después, en una instrucción a los apóstoles, comenta de manera análoga las Escrituras para mostrarles la conexión entre Muerte y Resurrección y predicación universal del evangelio Lc 24, 46-47; la mención de esa predicación, como meta de la muerte y Resurrección, deja entrever el alcance soteriológico de esos dos acontecimientos .


11.12.3. En el Evangelio de Juan

Se presenta de forma aún más estricta el nexo entre la muerte y la Resurrección. Los tres días de intervalo parecen a veces difuminarse, como si la muerte coincidiera con la glorificación. Así, la "hora" capital en la vida de Cristo es la hora de la Pasión redentora, Jn 12, 27, y la hora de la glorificación, Jn 12, 23; 17,1. Esa hora única, a la vez muerte y entrada en la gloria, queda expresada en la frase: "Habiendo llegado su hora de pasar de este mundo al Padre", Jn 13, 1. Morir y entrar en la gloria del Padre es todo uno. Pero no es que el autor del "evangelio espiritual" ignore el intervalo de tres días. Cuando se refiere a una profecía de Jesús: "Destruid este Santuario y en tres días lo levantaré", Jn 2, 19, precisa a continuación Jesús: "hablaba del Santuario de su cuerpo", Jn 2, 21. La evocación de la Resurrección resulta tanto más clara cuanto que el verbo empleado para significar la reconstrucción del templo es uno que significa al mismo tiempo "resucitar", (egero ) .

La relación de finalidad entre muerte y resurrección se muestran en las palabras: "doy mi vida para recobrarla de nuevo", Jn 10, 17. Por lo tanto no se entrega a la muerte sino para llegar a la Resurrección: es a la Resurrección a la que apunta la intención del Salvador. Para Cristo la muerte es tan sólo un paso, hacia el cual avanza voluntariamente, y cuyo desenlace domina, pues ahí se ratifica como dueño de la propia resurrección como de su propia muerte.

El alcance soteriológico de la glorificación se evidencia al comienzo de la oración sacerdotal: "Padre ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti, según el poder que le has dado sobre toda carne, a fin de que a todos los que le has dado él les dé la vida eterna", Jn 17, 1-2. El don de la vida eterna será obra del Hijo glorificado: después de su glorificación él podrá ejercer el poder que el Padre le ha dado sobre toda carne.

Finalmente, el valor de la muerte y de la resurrección en la economía de la salvación se anuncia en la declaración, ya mencionada, sobre la destrucción y la reconstrucción del templo .


11.12.4. En la predicación apostólica

En la primitiva predicación apostólica, tal como nos la refieren los Hechos de los Apóstoles, la Resurrección de Jesús ocupa un lugar esencial . El apóstol es definido incluso como "testigo de la resurrección", Hech 1, 22. Su predicación debía consistir ante todo en ese testimonio, y así fue realmente: "los apóstoles daban testimonio con gran poder de la Resurrección del Señor Jesús", Hech 3, 15. Eso es lo que Pedro afirma en su primer discurso. Habla de Jesús a quien: "vosotros le matasteis clavándole en la cruz por manos de los impíos" . "Dios le resucitó rompiendo las ataduras de la muerte, pues no era posible que quedara bajo su dominio", Hech 2, 23-24 .

En cuanto al valor soteriológico de la resurrección, no está directamente consignado. Pero la Resurrección está subrayada para indicar que Jesús es el Salvador, que sin El no hay salvación; las curaciones milagrosas obtenidas mediante la fe en Cristo, testimonian precisamente el poder de Jesús resucitado: "no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos", Hech 4, 12. Si es cierto que el testimonio de la Resurrección debe hacer aparecer en Jesús la cualidad de Salvador, se notará sin embargo que la Resurrección es considerada sobre todo como una aprobación divina dada a Jesús y se ve en ella más la acción y la garantía de Dios que su aportación a la aptitud salvífica personal de Cristo.


11.12.5. En la doctrina de S. Pablo

Destaquemos dos textos: En la segunda carta a los Corintios Pablo afirma de Cristo: "ha muerto por todos, para que ya no vivan para sí sino para aquel que murió y resucitó por ellos", 2 Cor 5, 15. Así, pues, la Resurrección de Cristo ha tenido lugar para nosotros, como su muerte; ese triunfo personal de Cristo se justifica por el valor que reviste para toda la humanidad.

¿Qué significa la expresión "por ellos"? En primer lugar significa que Cristo ha muerto y resucitado en nuestro favor, para nuestro provecho. La Resurrección como la muerte, es un don del amor. Que ahí existe un don del amor se evidencia por el comienzo de la frase: "El amor de Cristo nos apremia", más directamente lo confirma el hecho de que en respuesta a ese amor los vivientes, a su vez, deben vivir para Cristo puesto que Cristo ha recobrado vida para nosotros, nosotros debemos vivir para El. La afirmación es importante: el designio divino de amor redentor, que se ha revelado en la muerte de Jesús, llega a su culminación en su Resurrección.

Además, las palabras "por ellos", expresan la función de representación que desempeña Cristo, Pablo acaba de decir: "uno murió por todos, todos por tanto murieron". Y más adelante añade: "si alguno esta en Cristo, es una nueva criatura",  2 Cor 5, 17. La muerte y la Resurrección de Cristo implican y comportan la muerte de todos y una nueva vida para todos. Es de advertir que sería erróneo trazar simplemente dos líneas paralelas, una según la cual la muerte de Cristo comporta nuestra muerte, y otra según la cual su Resurrección nos sitúa en una nueva vida. Pablo junta en una unidad indisoluble (el misterio pascual), la muerte y Resurrección de Cristo; es Cristo resucitado el que nos da una vida nueva, en la cual hay una muerte, precisamente esa muerte a nosotros mismos (egoísmo) y al pecado, que nos hace vivir para Cristo. Es cierto que la muerte de Cristo tiene su significado y su papel propios, pero sólo actúa en nosotros gracias a la Resurrección. No es Cristo muerto el que actúa en nosotros, sino Cristo muerto y resucitado, que, al comunicarnos su vida de resucitado y haciendo en nosotros una "nueva creatura", nos hace beneficiarios de su muerte, como condena del pecado.

Así Pablo, en otro pasaje nos dice: "por el gran amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo... con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús", Efes 2, 4-6. Dios nos salva comunicándonos la vida de Cristo glorioso. Si Cristo ha sido resucitado "para nuestra justificación", por consiguiente, resucitado para otorgarnos una participación en su vida gloriosa. Entre la Resurrección y nuestra justificación se da una relación de causalidad eficiente al menos mediadora o instrumental; la causalidad eficiente principal es la de Dios que resucita a Cristo para hacernos participes de su vida divina. Con la resurrección tiene, por sí misma un valor soteriológico; es causa eficaz de la justificación. Romanos capítulos del 4 al 6.

Conclusión:

La conexión entre muerte y Resurrección debe expresarse ante todo en términos de finalidad: Muerte y Resurrección se eslabonan la una con la otra, de tal forma que la segunda es el desenlace, el término final de la primera. La muerte se produjo con miras a la Resurrección. Este pensamiento fue audazmente expresado por Severo de Antioquía (538) que dijo: "Cristo ha aceptado y padecido la pasión con el fin de hacer posible la Resurrección, la inmortalidad y la incorruptibilidad, y comunicárnoslas". En efecto, sin una muerte previa, ¿cómo podría tener lugar la Resurrección? Es pues, la Resurrección con su efecto salvífico la que, por ser el objetivo de la muerte, motiva definitivamente esa misma muerte.

En consecuencia, muerte y Resurrección de Cristo concurren, en su concatenación, para procurarnos la salvación. Aquí con Sto. Tomás, es preciso distinguir la eficacia y la ejemplaridad. Muerte y Resurrección son las dos eficaces para la salvación considerada en su totalidad; pero su valor figurativo es distinto, por el hecho de que la muerte simboliza la muerte al pecado, mientras que la Resurrección significa el otorgamiento de la vida nueva. Estos dos efectos: destrucción del pecado, e infusión de vida divina, no forman sino una sola realidad; ya que el pecado se borra mediante la infusión de la gracia; se da un doble símbolo para la diferencia de aspecto, muerte y vida.

En la línea de la eficacia, si muerte y Resurrección desempeñan cada uno su función, ¿cómo se puede caracterizar su causalidad respectiva? Hay que decir que la muerte no produce su efecto sino a través de la Resurrección. "El Hijo salió al encuentro de la muerte en su resurrección de entre los muertos", (Teodoro de Mopsuestia, 428). Así pues, la muerte de Cristo no tiene ninguna eficiencia directa sobre la salvación; no posee esa eficiencia sino provocando la Resurrección. Ahora bien, esa virtud que ha tenido la muerte para provocar la Resurrección puede llamarse "mérito". La muerte, pues, tiene un valor salvífico en cuanto causa meritoria de la Resurrección.

Muerte y Resurrección son cada una causa de toda la salvación, pero a titulo diferente: la muerte como causa meritoria, y la Resurrección como causa eficiente directa. Toda la eficiencia de la Resurrección deriva de la muerte, y todo el fruto salvífico de la muerte se encuentra en la Resurrección, o más exactamente todavía, en la glorificación de Cristo, de la que la Resurrección es el acontecimiento más característico.


11.13. EFICACIA SOTERIOLÓGICA DE LA RESURRECCIÓN. EN LA PERSONA DEL REDENTOR

S. Pablo presenta la Resurrección como un "nuevo nacimiento de Cristo a su filiación divina". Al comienzo de la epístola a los Romanos, escribe que el Hijo de Dios, nacido de la raza de David según la carne, ha sido: "constituido Hijo de Dios con pleno poder, según el Espíritu de santidad por su Resurrección de entre los muertos", Rom 1, 34. La traducción de la Vulgata dice: "ha sido predestinado Hijo de Dios", evita la dificultad que suscita el texto, pero no responde al sentido de la palabra empleada por Pablo, como tampoco corresponde a ese sentido la interpretación de S. Juan Crisóstomo que dice: "declarado, manifestado". La palabra significa: "constituido", establecido. Es necesario, por tanto, tratar de penetrar en el significado de esa afirmación audaz: ¿ En qué sentido Cristo ha sido constituido Hijo de Dios como consecuencia de la Resurrección de entre los muertos ?
La determinación "con poder", no debe movernos a interpretar simplemente que la Resurrección le ha valido a Cristo el poder de Hijo de Dios. Eso sería atenuar indebidamente el alcance del texto. La palabras "constituido Hijo de Dios", indican la instauración de una filiación, un nuevo nacimiento. En la epístola a los Colosenses, tras haber declarado que Cristo es "la imagen de Dios invisible, el primogénito de toda la creación", añade S. Pablo que Cristo ha sido "el primogénito de entre los muertos", Col 1, 15-18. Por lo tanto, la Resurrección es considerada como un nacimiento en el que se revela la primacía de Cristo.

¿En qué consiste esa nueva generación o esa nueva filiación de Cristo? Pablo ha afirmado la filiación eterna de Jesús (el Verbo), antes de hablar de su nacimiento carnal en este mundo y del nuevo estado alcanzado por medio de la Resurrección. Si aquel (Verbo) que es el Hijo de Dios desde toda la eternidad ha sido constituido Hijo de Dios, lo ha sido en un sentido muy especial, que no pone en tela de juicio la divinidad de Jesús. En un discurso que nos refieren los Hechos de los Apóstoles, Pablo ve en la Resurrección de Cristo el cumplimiento de la promesa del Salmo 2: "Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy", Hech 13, 33. Ahora bien, la declaración del salmo significaba la entronización del Mesías. Cristo es, pues, constituido Hijo de Dios en el sentido mesiánico del término; en virtud de la resurrección, queda situado en el estado de filiación divina que debía caracterizar al Mesías entronizado en su gloria, y es reconocido por Dios como Hijo suyo con un titulo nuevo.

Esta nueva filiación sólo tiene sentido en orden a una economía de salvación. La filiación eterna implicaba simplemente una relación intratrinitaria, entre el Padre y el Hijo; pero la filiación que Cristo recibe a través de su Resurrección se explica en base a una relación con los hombres (mediador). En la cualidad de Mesías y por consiguiente de Salvador de la humanidad queda expresada y definida en esa filiación. Aun cuando se reconozca esa diferencia, observemos que la nueva filiación prolonga esencialmente la primera. Lo que el Hijo era desde la eternidad, lo adquiere plenamente en su naturaleza humana glorificada.

La misma Encarnación suponía una análoga prolongación. Es el Hijo de Dios el que ha "nacido de la raza de David según la carne", Rom 1. 3. Al encarnarse, el Hijo comunicaba su filiación divina a su naturaleza carnal. Pero antes de la Resurrección esa filiación no había podido penetrar enteramente la naturaleza humana de Jesús, hacer pasar a ella sus privilegios y su gloria divina. Puesto que la condición de existencia terrena estaba marcada por la "kénosis", por el estado de "siervo", el Hijo encarnado renunciaba a hacer resplandecer la gloria de su divinidad en su naturaleza humana, de tal modo que su filiación se mantenía velada. En virtud de la Resurrección, Cristo posee en su humanidad corporal todo el resplandor de su divinidad: desde ese momento de la Resurrección todo su ser humano es portador de la gloria divina, y manifiesta, por tanto, la filiación divina. Se trata del nuevo nacimiento del Hijo de Dios en su naturaleza humana, en cierto sentido el Hijo no hace otra cosa sino manifestar lo que era desde toda la eternidad; pero, por otra parte, esa manifestación constituye una auténtica novedad, una prolongación substancial de su divinidad en su humanidad. Así, puede decirse, con S. Hilario, que Cristo, por la gloria de la Resurrección, aun "naciendo a lo que ya era antes de todos los tiempos, sin embargo, nace para ser en el tiempo lo que todavía no era".

Se puede ver ahí un segundo estadio de la Encarnación, su consumación. Esta vez el cuerpo es asumido por el Hijo hasta el punto de participar en su condición divina, de ser divinizado aunque siga siendo cuerpo humano. Esta transformación de Cristo es evocada por S. Pablo bajo dos aspectos: Cristo resucitado posee en su naturaleza humana el poder de Hijo de Dios: "constituido Hijo de Dios en pleno poder", y su nuevo nacimiento se realiza no ya según la carne sino "según el Espíritu de santidad". Se trata, pues, de un nacimiento de orden superior, el nivel espiritual, y de un nacimiento que le permite ejercer el dominio propio de la divinidad.

La glorificación es la Encarnación perfecta, una Encarnación, cuyas exigencias íntimas se cumplen en su totalidad y cuya eficacia se puede desplegar. Esta Encarnación es a un mismo tiempo perfecta en el orden de la naturaleza y en el orden de la finalidad. En el orden de la naturaleza, porque la naturaleza humana no es invadida plenamente por la divinidad sino a partir de la Resurrección, según la expresión de S. Pablo: "en El reside corporalmente todo el pleroma de la divinidad", Col 2, 19. En el orden de la finalidad porque la Encarnación tiene exclusivamente como objetivo la salvación de los hombres con su divinización, y no alcanza ese fin sino a través de la glorificación de Jesús.


11.14. EN LA NATURALEZA HUMANA DE CRISTO

La transformación que se produjo en el Redentor en virtud de la Resurrección está destinada a comunicarse a la humanidad. Tres aspectos de esa transformación caracterizan ya el destino de todos los hombres:

  • Vida nueva "según el Espíritu de santidad".
  • Filiación divina en la naturaleza humana.
  • Resurrección de la carne

11.14.1. Según la Escritura

A. La Resurrección de Cristo es principio de vida nueva para la humanidad

Esto es lo que reflejan las palabras de Jesús, tal como nos las refiere S. Juan. Ya hemos recordado el comienzo de la plegaria sacerdotal en la que Jesús suplica al Padre su glorificación para ejercer el poder de dar la vida eterna, Jn 17, 1-2. La "gloria" es la vida divina que Cristo quiere difundir. Al anunciar a sus discípulos que, tras una breve desaparición, le volverán a ver, precisa él: "porque yo vivo y también vosotros viviréis", Jn,14,19. Dentro de su concisión esta fórmula muestra cómo la vida del resucitado tiende a comunicarse.

La doctrina de S. Pablo comporta afirmaciones análogas: "cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, Dios nos vivificó juntamente con Cristo y con El nos resucitó..", Efes 2, 56; Col 2, 13. La asimilación a la vida de Cristo resucitado se efectúa a través del bautismo, Rom 6, 1-11. El paso de la muerte del pecado a la vida nueva implica que la Resurrección tiene como efecto la remisión de los pecados, y que esta remisión se concede al infundirse la vida divina. Es necesario también mencionar la fórmula paulina, "en Cristo". Con sus variantes: "en Cristo Jesús", "en el Señor", "en el Señor Jesús", acude frecuentemente a la pluma de S. Pablo; viene a ser expresión de la situación fundamental de la vida cristiana, ser cristiano es vivir en Cristo.

Ahora bien, se trata de Cristo en su estado actual, que es el estado glorioso. Vivir en Cristo y recibir de El vida y salvación no es estar en relación con El tal como El vivió en otro tiempo en la tierra y tal y como se encontró en la Pasión redentora. S. Pablo afirma enérgicamente la eficacia de la Pasión y de la muerte de Cristo, pero cuando asienta la existencia cristiana en Cristo, fija su atención en Cristo que, después de la muerte redentora, pasó al estado de gloria divina. Toda la eficacia de la Pasión nos llega por medio de Cristo resucitado.

Esto explica el que antes de declarar que se da una nueva creación cuando se está en Cristo, enuncie el principio: "si conocimos a Cristo según la carne, ya no le conocemos así", 2 Cor 5, 16. Considera a Cristo resucitado como aquel que funda la nueva creación.

Esta consecuencia, la fórmula "en Cristo", atestigua que, según el pensamiento de S . Pablo, el estado glorificado de Cristo es el principio actual de vida y de salvación para nosotros. Percibimos ahí el valor soteriológico de la glorificación, no como el acto del drama redentor, sino como estado en el que se consumó ese drama y que se prolonga actualmente. Cristo resucitado constituye el clima permanente de vida en que se desarrolla toda la existencia cristiana.

Se trata de una vida según el Espíritu, con todas las consecuencias morales que de ahí se derivan en el comportamiento: vivir del Espíritu muriendo al pecado. Rom 8, 12-13.


B. La Resurrección de Cristo es principio de filiación divina para los hombres

La vida según el espíritu, que viene de Cristo glorioso, implica la cualidad de hijo de Dios, como lo subraya S. Pablo: "Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios", Rom 8, 14-17; Gal 4, 5-7. Según el testimonio evangélico, Jesús resucitado quiere mostrar a los discípulos que se han convertido en hijos del Padre; por primera vez les llama hermanos suyos, y explica esta fraternidad mediante la expresión: "mi Padre y vuestro Padre", Jn 20, 17 . La primera epístola de Pedro afirma nuestra "regeneración", efectuada por la Resurrección de Jesucristo, l Petr 1, 3. Este término significa nuevo nacimiento y nueva vida.


C. La Resurrección de Cristo es fundamento de la resurrección corporal de los hombres

Según el discurso eucarístico de Juan, 5, 54, la vida comunicada por la carne y la sangre de Hijo del hombre contiene la seguridad de la resurrección en el último día . Pero es sobre todo S. Pablo el que ha enunciado la relación entre la Resurrección de Jesús y la nuestra . Cuando habla de la vida del Espíritu, Pablo indica su cumplimiento en la resurrección de la carne: "Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros ", Rom  8, 11.

En la primera carta a los Corintios, sostiene que la fe en la resurrección universal va unida a la fe en la Resurrección de Cristo: "si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó", l Cor  15, 13. En rigor, semejante afirmación podría referirse simplemente a Jesús como un caso particular de una regla universal. Pablo desarrolla su pensamiento de fe, precisando que Cristo es la fuente, la única fuente, de la resurrección: "Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que durmieron. Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así todos revivirán en Cristo", l Cor 15, 20-22.

Por consiguiente, la resurrección de los hombres se modela sobre la de Jesús, es fruto de la muerte, en nosotros como en El. A quienes lo ponen en duda, les dice S. Pablo: "Lo que tú siembras no revive sino muere". La imagen es paralela a la que había empleado Jesús para indicar el sentido de su propia muerte: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo, pero si muere, da mucho fruto", Jn 12, 24. La imagen da a entender especialmente que la resurrección es una novedad en la continuidad.

Conclusión general

El valor soteriológico de la Resurrección de Cristo está ampliamente afirmado en la Escritura y en la Tradición. Este valor va vinculado al acontecimiento histórico de la Resurrección, en cuanto que coloca a Cristo en un estado glorioso, en una vida nueva que es la del Espíritu. No cabe separar estado y acontecimiento, ya que el efecto salvífico no deriva simplemente del acontecimiento considerado en su carácter transitorio en el momento el paso de la muerte a la vida, como tampoco del estado disociado del acontecimiento: deriva del acontecimiento en su valor permanente, definitivo, como vida triunfante que no cesa de colmar a Cristo glorioso.

El efecto salvífico producido por la Resurrección está destinado a extenderse al alma y al cuerpo de los hombres. Al alma de Cristo resucitado comunica la vida de la gracia, y al cuerpo le otorga una participación actual en esta misma vida, que fundamenta la garantía de la resurrección final. No se podría atribuir exclusivamente al alma gloriosa de Cristo el efecto obtenido o a obtener en nuestro cuerpo pues es Cristo todo entero, por medio de su humanidad gloriosa, el que nos salva y nos santifica. Su humanidad total, alma y cuerpo, ejerce una actividad sobre nuestra totalidad humana, alma y cuerpo. Así, pues, el cuerpo glorioso de Cristo contribuye a la santificación de las almas, así como su alma gloriosa desempeña también su función en la santificación de los cuerpos.

En cuanto al modo de causalidad, ya hemos observado que une causalidad ejemplar y causalidad eficiente. Cristo resucitado es el ejemplar perfecto de la nueva humanidad, es sobre todo fuente de eficaz realización de esa humanidad. Esta eficacia ha sido calificada de instrumental con el fin de reservar claramente al mismo Dios el primer origen y el dominio supremo en la comunicación de la gracia. ¿Qué significa esta instrumentalidad? Significa que la acción divina pasa toda entera por la humanidad gloriosa de Cristo, única vía a través de la cual transmite a los hombres la vida divina. Pasando a través de esa humanidad gloriosa, recibe de ella una marca, una profunda impronta, de tal modo que la vida de la gracia adopta la forma que reviste en Cristo la vida brotada de la Resurrección.

La vida de la gracia, aunque todavía no sea gloria celeste, posee ya un aspecto escatológico, de tal manera que los cristianos que deben todavía pasar a través de la muerte y que deben vivir en comunión con la Pasión de Cristo, albergan ya en sí mismos un más allá de la muerte y de la Pasión. Aun cuando no estén exentos del pecado, tienen, en la vida recibida del Resucitado, el principio de la victoria sobre el pecado.

Sin embargo, afirmando la causalidad instrumental de la Resurrección o de la humanidad gloriosa de Cristo, no hay que perder de vista los límites de este concepto. Un instrumento es un medio para llegar a un fin, no forma parte del término al que se quiere llegar. Ahora bien, la Resurrección de Cristo forma parte del fin: "su humanidad gloriosa pertenece al término último del destino de los hombres y del universo". Más exactamente, sitúa ese término en su principio, lo inaugura.

La Resurrección es, pues, bastante más que un instrumento. "Para Él fueron creadas todas las cosas", dice S. Pablo, Col 1, 16, con lo cual quiere decir que la creación está destinada a estar sometida a Cristo glorioso y a resplandecer con su gloria. El gran designio del Padre es el de "recapitular", todas las cosas en el, Efes l, l0, de restaurar y reunir bajo el poder y la acción vivificante de Cristo glorioso a todos los hombres, con el universo interesado en su redención. Por lo tanto, más que medio, Cristo, en su estado de gloria, es el fin hacia el que tiene el nuevo universo; el fin ultimo es un mundo enteramente penetrado de la vida de Cristo resucitado.

La Resurrección pone especialmente de relieve el aspecto cósmico de la redención. La vida gloriosa conferida al cuerpo de Cristo inscribe definitivamente en el cuerpo, en la materia, su auténtico destino. El cuerpo humano debe participar en la salvación y en la divinización del alma: he ahí por que, en la esperanza, aguardamos: "la redención de nuestro cuerpo", Rom 8, 23. El cuerpo es objeto de Redención, y lo es integralmente. El destino glorioso indica que no es un simple instrumento, ni un accesorio que se abandona después de usarlo, sino que pertenece a la persona, que es necesario para el pleno desarrollo de la misma y que, por lo mismo, es un fin como la misma persona.

Por lo que respecta al mundo material, este es solidario con el cuerpo humano, y es impulsado hacia un destino similar. El cuerpo resucitado de Cristo es en principio una "resurrección de todo el universo visible". La materia ha sufrido la influencia del pecado y debe de participar en la salvación, según el criterio formulado por S. Pablo: "la creación gime con dolores de parto hasta que sea liberada de la servidumbre de la corrupción para recibir la libertad de la gloria", Rom 8. 21, que el Hijo de Dios comunica a su propio cuerpo para extenderla luego al universo. El mundo material, que existe únicamente para el hombre, debe participar en el destino del hombre, y por consiguiente en la vida divina que Cristo resucitado otorga al cuerpo.

La Resurrección aparece así como un triunfo completo, que no deja realidad ninguna fuera de la Redención y de la victoria de Cristo. Todo aquello que ha sido afectado, dañado por el pecado, incluyendo la más modesta realidad material que ha padecido, contra su propia naturaleza, la ley del mal, esta ya restaurada por Cristo glorioso y elevada a una vida superior.




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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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